Ir al contenido principal

De música ligera

 De música ligera: 



Hubieron muchas personas que se fueron de mi vida o me botaron de las suyas, en algunos casos solo nos separamos a medio camino. A veces solo no nos dimos cuenta, y en todo caso, así era mejor. Inadvertido. 

Yo tuve una amiga lindísima hace algunos años. La conocí en mis años más locos. Cuando rebotaba de tantas pastillas, sustancias y brebajes que consumía. Ella era DJ entonces. Había venido por primera vez a mi ciudad a tocar. En cuanto terminó me le acerqué y le dije que me había gustado. Abrió los ojos, halagada, y le dije que si quería salir a fumar. Sí, me dijo, emocionada. Al salir ella prendió un cigarro de marihuana y yo uno de tabaco. Dadas las circunstancias no nos habíamos entendido, pero daba igual. Ella era una luz diáfana. Y yo la admiré en ese momento. Fumamos cada uno de su cigarro, ella del porrito y yo de mis lucky strike. Comenzamos a textearnos por un buen tiempo. Después de un tiempo nos llamábamos por la noche, por la tarde, nunca por la mañana. Fue una amistad muy bonita y desconocida para mí. No solía tener ese tipo de amistad con nadie. Había ocurrido antes, pero no había salido bien. 

Lidia confiaba en mí sus problemas. Yo trataba de aconsejarla o tan solo de escucharla. Lloramos tras el teléfono. Siento que nos quisimos mucho, muchísimo. Era increíble como dos completos desconocidos habían formado una amistad así de fuerte e intensa con solo haber compartido un rato hablando y fumando afuera de un bar. Pasados los meses yo empecé a salir con una chica. Me enamoré de la única forma que sé. Frenéticamente. 

Entonces dejamos de hablarnos tan seguido. Pasó mucho tiempo, tal vez un año y medio. Se hizo mucho tiempo para mí. Pero volvimos a hablarnos. Me sentía triste, pero, como siempre, intenté pasarlo con indolencia. 

Lidia y yo volvimos a ser amigos. Hablábamos por teléfono. Ella me pasaba canciones de Cerati. Hablábamos del cielo, de nuestras malas decisiones, de amor, de afrontar, de Cerati, por supuesto, y de todo lo que nos rodeaba. 

Yo estaba contentísimo. Me sentía liviano, aligerado. Todo gracias a mi gran amiga. 

Un viernes me escribió para decirme que regresaría a la ciudad en que nos conocimos. Que llegaba al día siguiente. Que salgamos, que hagamos algo juntos. Me fue difícil ocultar mi estupor. Asentí. Y saliendo de trabajar me emborraché. Me sentía nervioso. Y temía que ella viera que soy un mal tipo. Y que no le convenía ser mi amiga. Llegó la noche. Le llamé a un amigo mío para que la recogiera y le dije a Lidia y a mi amigo que los alcanzaría más tarde. Me bañé y me dormí. No la vi. Le fallé. La lastimé como un canalla. Ella había confiado en mí y yo la había humillado de esa forma. Me contaron que se emborrachó y se fue muy tarde.  Pregunté cómo estaba. No quería hablarme. Era lógico. Pero insistí. Le pedí que me disculpe. Y ella no respondió. Días más tarde me dijo que me disculpaba, pero ya todo estaba arruinado. 

Hay algunas veces en las que pienso en que hubiera pasado si hubiera ido por ella esa noche. Me invento 20; 30; 100; 500 historias mejores. 

Ese día fui a verte. Corriste y me abrazaste en cuanto nos vimos. Bailamos, comimos, nos emborrachamos, repetimos nuestro primer encuentro en el techo. Tú con tu porrito y yo con mi cigarro. Hablamos del cielo, del sol, de Cerati, de ti y de mí. Fuimos siempre amigos. Siempre nos quisimos. Nunca te lastimé. Ahora nos queremos más…

Pero esa es solo una de las historia que guardo conmigo. Ambos sabemos que no ha sido así. Ahora me toca recodarte con cariño y con distancia prudente cada que escucho una canción de Soda Stereo y pensar en que siempre te voy a querer. Que siempre voy atesorar nuestro amor amistad de música ligera. 

Comentarios