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Lejos, sin lugar:

 Lejos, sin lugar: 


En los últimos días me he dedicado a escribir cinco horas por día. Antes lo hacía por dos horas, ahora es más del doble y todo es escrito a mano. 

Escribo porque tengo miedo de luego no poder hacerlo más. No aspiro a hacerme famoso ni rico con la literatura, apenas aspiro a irme de forma definitiva, ya no en esa idea quebradiza, súbita, que es la muerte; si no, más bien, irme de la ciudad de la que escapé hace una semana, irme a conocer algo más, escribir de ello y luego volverme a ir. 

Tuve suerte de hacerme de bríos con algunas amistades, algunos amores, algunos abandonos, todo eso sumado y confabulado en una última idea. 

Salgo con Lolita, una chica preciosa, menor que yo, que conocí hace un par de años, cuando era una niña y yo un adolescente que rozaba la adultez. 

Me disculpo por no haberme comunicado, me excuso contándole que se rompió mi celular y ella, muy fresca, sin hacer mohines, auténtica, me dice: No te preocupes, Clau. Igual no te creo y no me importa. ¿Nos vemos el jueves?

Ella se ríe y yo me río con ella. Nos reímos con total complicidad y pienso en las noches en que ha venido a dormir conmigo. Han sido muy pocas, pero mágicas y llenas de sentimientos que me confunden en un hombre alegre. Un hombre que admira a una mujercita que habla despreocupada, se ríe de sí misma, se admira y sonríe a pesar de la tristeza.  Lola ha dormido 5 veces en mi cama. Hicimos el amor 2 veces, pero ella me pidió con total claridad y franqueza que no le llame así, que no era un asunto que se tratara de amor, que no había ausencia de él, pero que no daba el caso, y me aconsejó, me hizo prometerle que bajo ninguna circunstancia, que pasara lo que lo que pasara, no me enamore de ella. Siendo tan prudente como es ella, me dijo, me advirtió que no convenía, que lo mejor para nosotros era ser amigos. Después de eso no volvimos a acostarnos. La vi dormir las siguientes 3 ocasiones y en medio de la noche me pidió que la abrace. Ella no dijo nada más que eso, pero yo sentí que me contaba que estaba triste y que no quería estar sola. Y yo en mi abrazo le quise decir: nunca más vas a estar sola. Yo me quedo contigo. 

Me quedo  siempre observándola, tan bonita, graciosa y con su actitud arrojada que solo me causa admiración.  Creo que tiene razón para desconfiar de la gente en la manera que lo hace.

Me gusta tener su compañía y también darle de la mía. Yo sé que ella me quiere a su manera y estoy bien con eso. Estoy bien con que duerma sobre mi brazo. Que hablemos en la oscuridad de la habitación, que me diga que soy un viejo aburrido, que soy como los demás y de otras cosas, que lejos de parecerme desdeñosas, las encuentro encantadoras. Seguramente tiene razón. Yo no quiero contradecirle, no quiero darle más guerra de la que ya le ha tocado. 

Deja de pensar las cosas o te perderás de lo bueno que puede haber, pienso y quiero decírselo. Tienes que aventarte a la piscina. Pero no puedo. Y me asalta el recuerdo de una ocasión después de haberse abierto a mí: de darme su cuerpo y de ser sincera, contarme todo lo que le acongoja, los malos tratos que se le han impuesto con la vida y el destino que no le supo sonreír y pienso que en ese preciso momento es que pude verla realmente. Y me enamoré de ella. Y mentí cuando le prometí que no lo haría. Porque ya había sido hechizado por su caótico ser. Por su cuerpo armonioso que me hizo vibrar y desear amar. Pero me juré no decírselo. No quiero que se aleje de mí. No quiero que se sienta traicionada o bajo presión por mi culpa. Cuando pasea por las calles es imposible no verla, pero luego, después de un rato, nadie la mira. Tal vez porque hay en ella un aire nervioso, atropellado, que disuelve la curiosidad o la mera observación quieta de la belleza.

No tienes que decírmelo. Cuando estoy preocupada o tengo un sobresalto no soy bonita, piensa, pero no lo dice. Y yo me río, pero no de ella, me río con claro nerviosismo por todo lo que está ocurriendo frente a mis ojos y la resolución de una amistad y de un amor de dos personas que se sienten bien y no enmascaran nada entre ellos, llegando al punto de poder leerse. 

Encuentro poéticas todas las cosas que Lolita me dice, como lo último que me dijo con su rostro compungido. Y es cierto: Las personas dejan de observar belleza en cuanto se escapa una crispación, un improperio, un ligero nerviosismo, esas cualidades que nos hacen tan humanos. 

Sigues viéndote igual de linda. Tu cola sigue siendo tan deseable y cada cosa que dices me sigue pareciendo admirable, pienso, pero no se lo digo. 

Le escribo un par de poemas que no le diré que son para ella. Le escribo un par de cuentos que quizá algún día le regale y espero que ella les preste atención. 

Ahora me siento lejos, sin lugar, así que escribo para volver a ubicarme. Ahora que no tengo inspiración, escribo de ti para deleitarme y desafiar a las musas. 

Escribo para encontrarte y que me encuentres. 

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