Lejos, sin lugar: En los últimos días me he dedicado a escribir cinco horas por día. Antes lo hacía por dos horas, ahora es más del doble y todo es escrito a mano. Escribo porque tengo miedo de luego no poder hacerlo más. No aspiro a hacerme famoso ni rico con la literatura, apenas aspiro a irme de forma definitiva, ya no en esa idea quebradiza, súbita, que es la muerte; si no, más bien, irme de la ciudad de la que escapé hace una semana, irme a conocer algo más, escribir de ello y luego volverme a ir. Tuve suerte de hacerme de bríos con algunas amistades, algunos amores, algunos abandonos, todo eso sumado y confabulado en una última idea. Salgo con Lolita, una chica preciosa, menor que yo, que conocí hace un par de años, cuando era una niña y yo un adolescente que rozaba la adultez. Me disculpo por no haberme comunicado, me excuso contándole que se rompió mi celular y ella, muy fresca, sin hacer mohines, auténtica, me dice: No te preocupes, Clau. I...