Siempre supe que Finolín era un gran tipo y nunca me desanimó su presencia. Sus
ropas desgastadas no lo representaban, le brotaba cierta elegancia y la
amabilidad debió aprenderla en sus viajes, esos que pregonaba y producían gusto
entre quienes escuchábamos sus poco creíbles historias.
Era de andar pausado, mirada profunda
y barba poblada, aún hay quienes recuerdan aquella vez cuando apareció sin vellos
en su rostro. Muchos se confundieron, más de una señora alabó sus facciones,
unos lo creían descendiente de italianos o españoles y los más atrevidos le
creían hijo de franceses.
La navidad era la ocasión ideal para
disfrutar del parque y los infantes lo buscaban, a fin de cuentas era muy
querido. Su respeto a los niños nos hablaba de su vida anterior y generaba
confianza, adoraba esa festividad y conversaba de la nieve como si la
conociera.
Acostumbraba a esperarnos de noche. Sabía
de memoria dónde vivíamos, conocía hasta nuestros autos y si alguien llegaba de
madrugada, allí estaba para asegurarse que todos estuviéramos seguros y solo
así se iba a descansar.
Era el héroe de muchos pero cosechó
enemigos gratuitos. Entre ellos el más
atrevido era Jean Luc Duvall, un francés nacionalizado de mediana edad quien
juró en público limpiar nuestra zona de “indeseables
espontáneos”, así se refería a nuestro buen amigo. No fueron pocas las
veces que se deshizo de Finolín
maltratándolo acompañado de alguna autoridad local.
Sus desencuentros aumentaron y aunque
le protegíamos, la ley asistía al francés enojoso logrando castigarlo solo por
merodear. Así, un día ya no volvió. No
supimos qué le pasó, en su madriguera estaba todo intacto y al increpar al
odiado vecino sólo dijo: “Se hizo
justicia”. El parque y la comunidad perdieron parte de su alegría. Nunca lo
encontramos. Pero el europeo sonreía, en efecto hizo su “justicia”.
FIN

Muy hermoso!!
ResponderEliminar¡Mario! ¡Como estas amigo! Gracias por el comentario...¿Estas full? Recibe un abrazo ¿ok? Chauuuuuuuuuu
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