La alarma suena, interrumpiendo sus muy forzadas tres horas de sueño, le arden los ojos, y cada segundo que pasa, en su cabeza se apodera la idea de quedarse acostado y dormir cinco horas más, pero ¿adivina qué? Tienes que ir a trabajar. Treinta segundos que se sienten como años, solo mientras se decide a levantarse de la cama.
Hace frío, cerrando los ojos fuertemente mientras libera un suspiro, tomándose otros treinta segundos de decisión antes de volver a esconderse entre las cobijas, menos mal que aún conserva una pizca de responsabilidad en sí, soportando el gélido abrazo de su habitación se cuestiona tomar o no un baño, pero la respuesta es más que obvia, dando tres pasos mientras bosteza, después de una procrastinación perfecta, enciende la luz, lo que pudo hacer desde que despertó.
Molestando sus ojos cafés, parpadea un par de veces mientras su visión se acostumbra a la iluminación. Mirándose en el espejo, la primera actividad de su día… acomoda un poco su cabello para después sacarse el pijama y vestirse adecuadamente, mientras se esfuerza por recordar dónde había puesto sus guantes y cubrebocas. Abrigándose con dos capas de ropa, toma un peine y peina su cabello como puede, mirando a los ojos a su reflejo, dibujando las líneas de la sombra bajo sus ojos, ojeras; bolsas que seguramente tienen más de mil historias que contar, preguntándose desde cuando el antifaz en su rostro se había convertido en parte de él. Dejando el peine en cualquier parte, caminando a la cocina, percatándose de un fétido olor… un olor familiar extrañamente, por lo que su camino se desvía al cuarto de lavar para tomar un trapeador, buscando una a una las marcas amarillentas en el suelo que su bebé canino dejó por la noche, rociándolas con cloro, salpicando unas gotas en sus zapatos y parte baja del pantalón, se dispone a limpiarlas en el mismo orden que las encontró, teniendo de cuidado de no encontrar un regalo sorpresa tan molesto como un chicle en la suela del zapato, con la diferencia de que este es café y es propiciado del interior del adorable canino, una vez terminada la búsqueda y exterminación de desechos perrunos, lava sus manos, con agua tan fría como el hielo, con palmas y dedos entumecidos por el frío, frota ambas manos en busca de tibiarlas un poco, mientras pensaba seriamente no cocinar y solo tomar un cereal como desayuno, fuera cual fuera la opción, siempre tardaba más de veinte minutos en terminar de desayunar, dejando sus trastes sucios para lavarlos “más tarde” junto con el otro montón.
Cepillando sus dientes más rápido que adecuadamente, se pone su cubrebocas y el guante de la mano izquierda, para después llamar a su canino, ponerle su correa y sacarlo a pasear unos minutos, no los suficientes para ningún perro, soportando los besos fríos del viento, mientras se ensordece en sus pensamientos, mirando el cielo madruguero, en ese limbo dónde no es de noche ni de día, el limbo dónde despierta ya desde hace una semana… dónde su vida se volvió nuevamente rutinaria. Una vez que se concluyeron los escasos minutos de paseo, se dispone a volver a su casa para desperdiciar cinco minutos, sentado sin hacer nada, solo esperando sin ningún motivo aparente que den las cinco con cuarenta y cinco para salir de su casa y emprender la caminata entre los besos fríos del limbo entre el día y la noche, no sin antes pasar el drama de su día a día cada que se decide a salir, el pequeño canino se hunde en un mar de lamentos, entre ladridos agudos y chillidos, que aún a la distancia resuenan como si estuvieras al lado del pequeño can.
Paso a paso, despreocupado como siempre, pone el guante de su mano derecha y ensordecido por la voz de su cabeza acompañada por el sonido de sus pisadas, camina, como si estuviera en piloto automático, mirando los edificios de su alrededor, sonriendo un poco al tener memorias cálidas de su infancia, pensando que parecía ayer cuando corría junto con sus amigos por los cerros, recordando juegos que ahora solo yacen en el pasado, que en su momento fueron la mejor forma de matar y pasar el tiempo. Volviendo en sí, dándose cuenta que su piloto automático ya lo había llevado a su parada, suspira nuevamente ignorando a las personas que esperan junto con él, días en los que pasa un carro tras otro, días en los que no pasa ninguno, pero afortunadamente su transporte pasa siempre puntual, subiendo al taxi.
—Buenos días —las primeras palabras que
profesa para los desconocidos, inmediatamente después toma asiento reflexionando que
podría caminar un poco más para llegar a su destino, puesto que no está relativamente lejos,
además así podría guardar un poco de dinero extra, riéndose de sí mismo sólo deja que el
pensamiento sea eso mismo; un pensamiento.
Si tenía suerte, otra persona haría la parada dónde él baja, con esa suerte la gran mayoría
del tiempo, baja delante del mismo establecimiento rojo y amarillo, acercándose al cruce,
espera pacientemente a que la luz cambie de la mano naranja al monito color blanco,
siempre observando a personas a su alrededor que cruzan cuando aún la mano naranja está
en su turno de guardia… pensando si debería ser como ellos, desobedecer a la mano naranja
y al monito color blanco o respetar la autoridad de estos dos, ¿será que estás entidades son
buenos amigos? ¿Será él, el único que se detiene a pensar en esto? Aun debatiendo consigo
mismo, el monito de color blanco marca su entrada, casi gritándole “¡CRUZA AHORA!”
obedeciéndolo, cruza tranquilamente, él solo ya que es el único que realmente espera al
monito color blanco, bueno, para algo hace su trabajo ¿no?
Llegando por fin a su destino, comienza a trabajar. Ya sea ofreciendo vacantes para trabajar
en el infierno o guiando a las personas a una de las diversas entradas de este, así es, porque
en la tierra hay más de un infierno. Se esfuerza siempre por no mirar el reloj y evitar así que
los segundos se sientan como una vida. Afortunadamente su amiga del alma coincide en
trabajar en el mismo lugar y aprovecha para desperdiciar algo de tiempo entre platicas
agradables, chistes y reflexiones de vida.
Una vez terminada su jornada sube a un taxi, aunque sabe que puede llegar caminando en
menos de quince minutos, pero… «Quiero evitar la fatiga» frase que menciona siempre
para procrastinar y evadir sus responsabilidades. El tiempo se vuelve lento, eso o sus
pensamientos son tan rápidos que todo lo demás parece ir despacio, consciente de que el
día de mañana volverá a levantarse y hacer la misma rutina. Dándose cuenta de que ya no
es un niño, añorando demasiado los tiempos donde su única preocupación era una
muchacha, dónde los problemas eran resueltos por sus padres, enterándose de que después
de unos largos, pero que parece que fueron ayer, veinte años aun no quiere afrontar el
mundo ni la realidad, pero es parte de crecer ¿no?

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